Marxismo en América Latina
Escrito por Antonio Salamanca Serrano
Antonio Salamanca Serrano1
El marxismo es una praxis histórica revolucionaria que busca liberar
a los pueblos de la opresión del capitalismo en la construcción de la
sociedad sin clases comunista. Alumbrada por la vida y obra de K. Marx y
F. Engels en el siglo XIX, el marxismo inicia su entrada en América
Latina a finales de esa centuria. Sin embargo, la llegada e
‘inculturación’ de parte de la praxis marxista, comenzando por la misma
producción teórica de Marx, se dilatará en el tiempo. Obras como De la crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, verá la luz en 1927; los Manuscritos económico filosóficos de 1844, y el texto íntegro de La Ideología Alemana, en 1932; los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse), en 1939-1941, y en castellano en 1972, etc. A pesar de
las limitaciones, la historia real del marxismo en este continente ha
sido la de millones de hombres y mujeres que han entregado, y siguen
ofreciendo sus vidas, hasta el martirio por la liberación de sus
pueblos en la construcción de una sociedad sin clases comunista.
Con la entrada del marxismo en la realidad latinoamericana se inició
un proceso de descubrimiento mutuo, interrumpido en ocasiones. El
encuentro ha fecundado todos los ámbitos de la vida latinoamericana,
sea la revolución política, la economía, la sociología, el arte, la
literatura, la filosofía, la teología, etc. Fruto de esa fertilidad en
la diversidad han florecido las revoluciones del pueblo sandinista,
liderada por Augusto César Sandino; del pueblo salvadoreño, liderada
por Agustín Farabundo Martí; del pueblo cubano, liderada por Fidel
Castro y Ernesto Che Guevara; del pueblo chileno, liderada por Salvador
Allende; del pueblo zapatista mexicano, liderada por el Subcomandante
Marcos; del pueblo bolivariano de Venezuela liderada por Hugo Chávez;
del pueblo boliviano, liderada por Evo Morales; del pueblo ecuatoriano,
liderada por Rafael Correa, etc. A ellas, y en ellas, se une más de un
siglo de innumerables creaciones e investigaciones de trabajadores
como: los argentinos Aníbal Ponce (1898-1938), Enrique Dussel (1934--),
Claudio Katz (1954--); los bolivianos René Zavaleta Mercado
(1935-1984), Álvaro García Linera (1962--); los brasileños, Caio Prado
Jr. (1907-1990), Jorge Amado (1912-2001), Theotonio dos Santos (1936-),
Leandro Konder (1936--), Michael Löwy (1938--), Emir Sader (1943---),
Frei Betto (1944--); el costarricense Carlos Luis Fallas (1909-1966),
el alemán asentado en Costa Rica Franz Hinkelammert (1931--); el
colombiano-venezolano Justo Soto Castellanos (1962--); los cubanos
Nicolás Guillén (1902-1989), Orlando Borrego (1936--), Fernando
Martínez Heredia (1939--), Raúl Fornet-Betancourt (1946--), Pablo
Guadarrama (1949--); los chilenos Luis Emilio Recabarren (1876-1924),
Pablo Neruda (1904-1973) y el chileno-argentino Luis Vitale (1927-2010);
los ecuatorianos Jorge Icaza (1906-1978) y Bolívar Echevarría
(1941-2010); el guatemalteco, Miguel Ángel Asturias (1899-1974); el
haitiano Jacques Stephen Alexis (1922-1961), los mexicanos David Alfaro
Siqueiros (1896-1974), Diego Rivera (1886-1957), el alemán asentado en
México Heinz Dieterich (1943--), Fernando Buen Abad (1956—); los
peruanos César Vallejo (1892-1938), José Carlos Mariátegui (1894-1930),
Ciro Alegría (1909-1967) y Hugo Blanco Galdós (1935--); el salvadoreño
Miguel Mármol (1905-1993); el trinitense Cyril Lionel Robert James
(1901-1989); los uruguayos Eduardo Galeano (1940--) y Sirio López
Velasco (1951--); los venezolanos Ludovico Silva (1937-1988), Luis
Britto García (1940--), Carmen Bohórquez (--), etc.
En particular, el marxismo ha hecho grandes aportaciones no sólo a
la satisfacción de los derechos económicos de los pueblos, sino a la
materialización de todo el sistema integrado de derechos humanos. Sin
embargo, uno de los campos donde más ha evidenciado sus carencias ha
sido precisamente en la reflexión teórica sobre ellos.
Distintas periodizaciones se han propuesto de la historia del
marxismo latinoamericano (v.gr. las propuestas por José Aricó, Agustín
Cueva, Néstor Kohan, Michael Löwy, Luis Vitale, etc.). Teniendo en
cuenta sus marcos temporales, tres periodos distinguimos en función del
momento en que se inicia y termina el dogmatismo de la llamada
ortodoxia marxista. (1º) El primer diálogo del marxismo con la realidad latinoamericana (1872-1929); (2º) La incomunicación (1930-1958); (3º) El segundo diálogo del marxismo con la realidad latinoamericana (1959-hasta hoy).
1º El primer diálogo marxista con el pueblo latinoamericano (1872-1929).
La primera palabra del marxismo en nuestra América se pronunció entre
el pueblo trabajador. No fue dicha en las universidades, ni a través de
la obra de filósofos ‘profesionales’, sino por la praxis de los
trabajadores emigrantes alemanes, españoles e italianos. El marxismo
habló a una historia revolucionaria y una tradición independentista
cuyas categorías le costó entender. La historia reciente con la que se
encontró fue la de siglos de opresiones, reflexiones, organizaciones y
luchas por la liberación de los pueblos originarios; la historia de las
invasiones europeas coloniales expropiatorias, y de la resistencia
cimarrona a dicha agresión.
La realidad inmediata en la que se injerta el marxismo es el
debilitamiento del imperialismo español por las victorias emancipadoras
de los pueblos de nuestra América, y la nueva correlación de fuerzas
entre el imperio francés, inglés y el naciente imperio estadounidense.
Hacia 1810 habían comenzado a hacerse hegemónicos en América Latina los
movimientos de emancipación colonial (primera emancipación) que
culminarán en 1898 con la independencia de Cuba. La gesta fue obra de
una parte del pueblo, liderado por hombres como: Francisco Miranda
(1750-1816), Simón Rodríguez (1771-1854) y Simón Bolívar (1783-1830),
en Venezuela; Manuel Belgrano (1770-1820) y José San Martín
(1778-1850), en Argentina; Miguel Hidalgo (1753-1811) y José María
Morelos (1786-1815), en México; Vicente Rocafuerte (1783-1847), en
Ecuador; José Martí (1853-1895), en Cuba, etc. El proyecto liberador de
la mayoría de la población indígena era volver a su situación de
independencia anterior a la conquista (v.gr. Túpac Amaru). Pero
el de la mayor parte de la minoría criolla blanca no fue ‘de todo el
pueblo’ ni ‘para todo el pueblo’, aunque, por necesidad, se quiso hacer
‘por todo el pueblo’. No iba más allá de un cambio de dueño en la
soberanía territorial. De hecho, una vez que triunfó la ‘emancipación
colonial’, en países con mayoría indígena y mestiza como Bolivia,
Colombia, México, Perú, etc., la burguesía blanca criolla se apresuró a
mantener a los indígenas, mestizos y negros en régimen de capitalismo
colonial.
A mediados del siglo XIX resuena en América Latina (v.gr.
Argentina, México, etc.) los ecos del socialismo utópico (romántico
europeo). De la mano de E. Echeverría se empieza a conocer en Argentina
las ideas de los socialistas utópicos Saint-Simon, Fourier, Leroux,
Lerminier, entre otros. Ello dará lugar a la fundación de la Asociación
Joven Argentina, en 1838. En Montevideo (1846), E. Echeverría firma el
documento Dogma socialista de la Asociación de Mayo, que es
una reedición del de la Asociación Joven Argentina. Entre 1853 y 1855,
el miembro de la Liga de los Comunistas y amigo de K. Marx, Georg
Weerth, estuvo viajando por Centroamérica y América del Sur, muriendo
en La Habana en 1856. En 1855, José Ignacio de Abreu e Lima publica en
Brasil la obra O Socialismo. En ella se presentan los
distintos planteamientos socialistas, y particularmente el socialismo
religioso de Lemennais. En 1861 llega a México el griego Plotino
Rhodakanaty, y publica en ese año la Cartilla socialista o sea Catecismo elemental de la escuela de Charles Fourier.
Su propuesta pionera de ‘socialismo cristiano’ se concretizará en la
fundación de dos organizaciones obreras: el ‘Club Socialista’ (1868) y
‘La Social’ (1871), inicios de la coordinación sindical
latinoamericana. Ejemplo ilustrativo del fermento revolucionario del
socialismo con el pueblo es el caso de Julio López Chávez (natural de
Chalco, Estado de México), ejecutado el 9 de julio de 1868. La
justificación de su asesinato ‘legal’ fue la siguiente:
“Julio López ha terminado su carrera en el patíbulo. Invocaba
principios comunistas y era simplemente reo de delitos comunes. La
destrucción de su gavilla afianza la seguridad de las propiedades en
otros muchos distritos del estado de México. En este estado, como en
otros muchos de la República, tiempo vendrá en que sea preciso ocuparse
de la cuestión de la propiedad territorial; pero esto por medidas
legislativas dictadas con estudio, con calma y serenidad, y no por
medios violentos y revolucionarios” 2.
Aparte de los viajes del miembro de la Liga de los Comunistas, Georg
Weerth, por América Latina a mediados del siglo XIX, el hito decisivo
en el comienzo de la recepción del marxismo en estas tierras tiene
lugar en 1872. En Buenos Aires se funda la primera sección
latinoamericana de la Asociación Internacional de Trabajadores. En 1882,
también allí, obreros alemanes fundan el ‘Club Vorwärts’. Un año
después, en Cuba, J. Martí, desde su socialismo influenciado de
krausismo, con motivo de la muerte de K. Marx, le reconoce honor por
haberse puesto de parte de los débiles.
El diálogo se profundiza, enriquece y crece, entre otros factores,
con la traducción de textos marxistas y la fundación de partidos
socialistas y periódicos. Durante este período, en América Latina se
tendrá conocimiento de la traducción del Manifiesto del Partido Comunista. El 12 de junio de 1884 se publica en el periódico obrero mexicano El Socialista la traducción que había aparecido en el semanario madrileño La Emancipación,
en 1872. En 1889, se funda en Cuba el Partido Socialista Cubano, y los
socialistas argentinos participan en París en el Congreso que decide
la creación de la Segunda Internacional (1889). En 1891 se funda en
Argentina la Federación de Trabajadores de la República Argentina. Al
año siguiente, 1892, se crea, también en Argentina, el Partido Obrero
Argentino, y en Brasil, el Partido Operário do Brasil. En 1895, en
Argentina, comienza a traducirse El Capital. En Santiago de
Chile, en 1899, se funda el Partido Socialista. En La Habana, en 1903,
Carlos Baliño funda el Club de Propaganda Socialista. También en Cuba se
creará el Partido Obrero Socialista de Cuba, en 1904, y el Partido
Socialista de Cuba, en 1906. En Montevideo, en 1910, Emilio Frugoni
funda el Centro Socialista Carlos Marx. En México, en 1911, se crea el
Partido Obrero Socialista. En 1912, en Buenos Aires, se funda el Centro
de Estudios Carlos Marx. En ese mismo año, en Chile, Emilio Recabarren
pone en marcha el Partido Obrero Socialista de Chile. En Bogotá, en
1916, se constituye el Partido Obrero, etc.
Los primeros partidos socialistas que se fundaron en el Continente
no tuvieron mucho recorrido. Primero, porque les costó entender
ideológicamente que el derecho a la liberación económica de la clase
trabajadora latinoamericana debía articularse con los derechos de esos
pueblos a la independencia política (continuando la revolución o
autodeterminación política), a la diversidad étnica, expresión y
cultivo de sus creencias religiosas, etc. Segundo, porque el sujeto
revolucionario central que encontró no era mayoritariamente un
proletariado industrial sino un pueblo oprimido y explotado conformado
por campesinos y mineros mestizos, indígenas, negros, etc. En la medida
que el marxismo de estos partidos se abrió a la nueva realidad fue
encarnándose y haciéndose marxismo latinoamericano.
El triunfo de la Revolución Rusa, y la creación de la Internacional
Comunista (III Internacional, 1919) estimularon el diálogo del marxismo
con los pueblos latinoamericanos. Algunos partidos comunistas nacieron
en el seno de las organizaciones de la clase obrera trabajadora (v.gr.
argentino, brasileño, colombiano, cubano, chileno, peruano,
salvadoreño, etc.) y otros en núcleos más reducidos de escritores,
académicos y estudiantes. En 1918, en Argentina se creó el primer
partido comunista latinoamericano, el Partido Internacional Socialista.
En México, en 1919, se crea el Partido Comunista, primero con el
nombre de ‘comunista’. En Yucatán, de la mano de Felipe Carrillo
Puerto, llega al poder el primer gobierno socialista de América, en
noviembre de 1921. En Uruguay, en 1920, el Partido Socialista se
transforma en Partido Comunista. Lo mismo ocurre en Chile, en 1921, de
la mano de Emilio Recabarren. En Brasil, se funda el Partido Comunista
en 1922. También se crean partidos comunistas en Guatemala, El Salvador
y Nicaragua en 1923. En Cuba, gracias al trabajo de Carlos Baliño y
Julio Antonio Mella se funda el Partido Comunista de Cuba en 1925. En
Paraguay y Honduras se crean partidos comunistas en 1927. En Perú, en
1928, José Carlos Mariátegui crea el Partido Socialista del Perú.
Partido que en 1930 cambia su nombre por Partido Comunista del Perú. En
1928 se funda el partido comunista de Ecuador, y el de Colombia, en
1930. En esos años se produce el descubrimiento de la situación
revolucionaria latinoamericana para la Internacional Comunista,
particularmente en el VI Congreso Mundial de la Internacional
Comunista, de 1928.
2º La incomunicación por el dogmatismo marxista (1929-1958). En
1929, en el XV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética se
produce la expulsión de Trotsky y Zinóiev. Se da comienzo a la
oficialización del dogmatismo marxista soviético que se exportará a
América Latina. Contra los criterios de actuación política de la
Internacional Comunista, en El Salvador, en 1932, y atendiendo a su
realidad nacional, el Partido Comunista organiza la revolución popular
contra el gobierno, en la que fueron masacradas más de 30.000 personas.
En México, en 1934, y por primera vez en América Latina, Lázaro
Cárdenas declaró al marxismo como la ideología oficial del gobierno. Sin
embargo, más allá de estos ejemplos de cómo el diálogo del marxismo
con el pueblo estableció tiempos y caminos propios para la revolución,
en esta etapa predominará la incomunicación por parte del marxismo,
entre otras razones, por el dogmatismo del etapismo estalinista que la
URSS impuso como análisis oficial a los partidos comunistas
latinoamericanos. Por ejemplo, en 1933, en la Conferencia Nacional del
Partido Comunista de Chile se plantea la necesidad de no saltarse
etapas en la lucha por el socialismo. La revolución que correspondía en
aquel momento era la democrático-burguesa.
El surgimiento del fascismo ayudó a justificar el giro en la
política del comunismo revolucionario. Las directrices del VII Congreso
en Moscú de la Internacional Comunista de 1935, a la que asistieron
delegados de casi la totalidad de los partidos comunistas
latinoamericanos, y la experiencia ‘exitosa’ de la táctica empleada en
España y Francia, en 1935, llevan a dar prioridad a la estrategia del
‘Frente Popular Antifascista’. En Estados Unidos se hizo hegemónica la
orientación reformista de Earl Browder (1891-1973), secretario del
partido comunista (1934-1945), conocida como browderismo. Esa
orientación, no sin contradicciones internas, tuvo acogida
particularmente en los partidos comunistas cubano, brasileño,
colombiano, chileno, ecuatoriano y venezolano. Por ejemplo, siguiendo
la nueva estrategia política, en Brasil, en 1935, los comunistas
dirigen la rebelión armada de la Alianza Nacional de Liberación contra
el fascismo. En Chile, en 1936, el Partido Comunista, junto al Partido
Socialista y el Partido Radical, crean el ‘Frente Popular’ que consigue
el poder entre 1938-1952. En Cuba, también en los años 1938-39, el
Partido Comunista entra en el gobierno de Batista, etc. Durante este
periodo se siguieron fundando algunos partidos (v.gr. en
1942, el Partido Revolucionario Democrático Dominicano; en 1943, el
Partido Comunista de Cuba cambia su nombre por Partido Socialista
Popular; en 1945 se crea en Venezuela el Partido Comunista Venezolano, y
en 1950 se funda el Partido Comunista de Bolivia).
La actuación socialista revolucionaria que demandaba la realidad
política nacional e internacional frente a la política impuesta desde
la URSS generó tensiones ideológicas, organizativas y
estratégico-tácticas dentro del marxismo de los partidos comunistas, y
favoreció la acogida del trotskismo en algunos de ellos y de las
organizaciones sindicales. El trotskismo, es una tendencia y estrategia
marxista revolucionaria internacionalista que postula la revolución
permanente. Fue iniciada por León Trotsky a finales de la segunda
década del siglo XX frente a la práctica de ‘socialismo en un solo
país’ de Stalin. En 1938 Trotsky fundó la IV Internacional. En
América Latina el trotskismo fue recibido por algunos como tendencia
izquierdista del marxismo de los partidos comunistas, que pretendía
liberarlos de la burocracia estalinista y recuperar su esencia
revolucionaria. Por ejemplo, en Brasil, en 1929 se escinde del Partido
Comunista la primera sección trotskista; en Chile se creó un fuerte
partido marxista trotskista (1931); en Cuba, se crea el Partido
Bolchevique Leninista de Cuba en 1933, etc. Muchos de estos movimientos
tuvieron una corta vida porque terminaron integrándose a otras
organizaciones o quedaron sometidos a un proceso de infinitas
escisiones por diferencias en las interpretaciones ideológicas o en las
estrategias (v.gr. entrismo, foquismo, populismo, etc.). El asesinato
de L. Trotsky en 1940, por orden de Stalin, contribuyó a la dispersión
del trotskismo pero no consiguió ni su disolución ni su extinción. Por
el contrario, sigue activo y creciendo en su influencia. En 1943,
Stalin disolvió la III Internacional comunista. Era la prueba
que solicitaban sus aliados imperialistas en la guerra contra Hitler de
que la política de la Unisón Soviética no fomentaba la revolución
comunista mundial.
La experiencia histórica terminó dando la razón a quienes dentro de la III y IV Internacional
habían advertido que en América Latina el ‘frentismo’ serviría
realmente para que la burguesía industrial se hiciese con el poder
político y la hegemonía social. Una vez instalada en el poder, los
derechos de los campesinos y los de soberanía nacional, esto es, la
revolución agraria y anticolonial quedó pendiente. De hecho, esa
estrategia llevó al marxismo y a los partidos comunistas frentistas a
abandonar al pueblo en su lucha contra el imperialismo económico y sus
agentes internos, las burguesías nacionales.
A partir de 1939, con el pacto Hitler-Stalin, la estrategia
antifascista dejó de ser la prioridad para los partidos comunistas
latinoamericanos, y las alianzas frentistas comenzaron a romperse.
Desde 1947, en el contexto político de la Guerra Fría (que oficialmente
termina en 1958), los partidos comunistas latinoamericanos retomaron
como objetivo de lucha la superación del imperialismo. A partir de
entonces buscaron un ‘frente amplio antifeudal y antiimperialista’.
Este nuevo viraje duró diez años, hasta 1956. Entonces, en el XX
Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, se vuelve a
cambiar el rumbo. La ‘nueva’ estrategia fue la ‘coexistencia pacífica’
con el capitalismo. Era el inicio del fin de la Guerra Fría, que se
oficializaría dos años más tarde. En esa nueva estrategia los partidos
comunistas latinoamericanos retomaban dogmáticamente su ‘reformismo’
colaborador con las burguesías nacionales, ahora con el objetivo de
desarrollar la ‘etapa capitalista’, superadora del ‘feudalismo
latinoamericano’, y preludio del triunfo comunista.
3º El segundo diálogo del marxismo con el pueblo latinoamericano (1959-hasta hoy).
Se puede caracterizar este periodo como: a) De progresiva liberación
interna del dogmatismo de los partidos marxistas latinoamericanos; b)
De reencuentro con la riqueza de la realidad histórica de los pueblos
de nuestra América que no han conseguido aún la emancipación económica
ni la plena soberanía política —que no han conseguido la satisfacción
de sus derechos humanos—; y c) De la urgencia en la unidad de las
organizaciones marxistas para hacer frente a la represión anticomunista
del imperialismo capitalista, particularmente estadounidense.
El segundo diálogo se inicia con un hito fundamental liberador del
dogmatismo marxista en Latinoamérica: el triunfo de la revolución
cubana en 1959. En el marco internacional, un año antes, la Conferencia
Mundial Comunista (1958) había también hecho aflorar divergencias
entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista
Chino. El papel fundamental de los campesinos en la revolución china,
así como las estrategias y tácticas de Mao, inspiraron a parte de la
teoría y práctica del maoísmo marxista latinoamericano (v.gr. Colombia,
Ecuador, Perú, República Dominicana, etc.). Las divisiones internas de
esta corriente en múltiples grupos, ocasionadas en parte por el
sectarismo (v.gr. Sendero Luminoso en Perú, desde 1980) y el cainismo
político, le llevó a perder influencia. Una debilidad compartida además
por el trotskismo, y en general por el marxismo. Desde la muerte de
Trotsky una multitud de secciones latinoamericanas de grupos marxistas
trotskistas, que surgieron en la segunda mitad del siglo XX, se reclaman
los legítimos herederos de la IV Internacional (v.gr. Corriente
Marxista Internacional, Corriente Marxista Revolucionaria, Liga
Internacional de los Trabajadores, etc.).
En este segundo diálogo se han vivido y se están viviendo etapas que
cabe sistematizar: (1ª) La década de los triunfos marxistas en Cuba y
Chile (1959-1973). En Cuba, con el triunfo de la Revolución Cubana, en
1959; y en Chile, con el triunfo marxista de la ‘Unidad Popular’, de
Salvador Allende, en 1970. La praxis marxista recobra vitalidad e
identidad latinoamericana. (2ª) Las décadas de la represión militar
sangrienta contra el marxismo latinoamericano (1970-1989). (3ª) La
década de la derrota moral por la caída del ‘socialismo soviético’
(1989-1999). Tiempo de desconcierto y pérdida de identidad ideológica,
abandono y traiciones. (4ª) La década del rearme ideológico y político
del marxismo latinoamericano (1999- hasta hoy). Estimulado por las
victorias de la revolución bolivariana en Venezuela (1999), la
revolución boliviana, sandinista y ecuatoriana en (2006 y 2007).
La experiencia histórica de más de un siglo de encuentros y
desencuentros entre los pueblos latinoamericanos y el marxismo ha
enriquecido, por un lado, la lucha por la liberación de aquéllos del
imperialismo capitalista, y, por otro, ha abierto la posibilidad de
liberación del dogmatismo en el que derivó cierto marxismo. Gracias a
esta última, está brotado en América Latina un marxismo latinoamericano
‘herético’ para el ‘dogmatismo’ marxista, pero, sin embargo, creación heroica; el más fiel al propio análisis iniciado por K. Marx, F. Engels, y V. I. Lenin. Entre algunos de sus postulados indicamos:
(1º) La lucha de clases debe insertarse en la historia de lucha anticolonial.
En América Latina el marxismo llegaba en un momento histórico donde la
lucha contra el colonialismo y por la Independencia política no había
concluido. La liberación económica de los trabajadores, la
materialización de su derecho a la autodeterminación e igualdad
económica, a la propiedad colectiva de los medios de producción, no
sería posible bajo el colonialismo político imperialista. Pero tampoco
sería posible sólo con aquélla. Hacía falta conseguir la independencia
política junto a la independencia económica. Carlos Baliño fue un uno de
los precursores en buscar esa necesaria articulación. Junto con Martí
trabajó en la formación de la estructura organizativa del Partido
Revolucionario Cubano. En 1903 crea el Club de Propaganda Socialista,
la primera organización marxista en Cuba. Colaboró en el nacimiento en
1905 del Partido Obrero, promotor de un socialismo moral
revolucionario. Influenciado por la Revolución rusa (1917) se hace
leninista e intensifica su trabajo por la constitución de
organizaciones marxistas. En 1923, junto a otros, crea la Agrupación Comunista de La Habana, la Liga Antiimperialista de Cuba (1925) y funda el Partido Comunista Cubano con Julio Antonio Mella (1925).
(2º) La realidad colonial latinoamericana no puede esperar a una revolución burguesa.
V. Haya de la Torre, en particular, contribuyó a evidenciar la
urgencia, necesidad, y posibilidad del diálogo del marxismo con la
realidad latinoamericana adaptándose a sus condiciones
espacio-temporales. Fruto de ese encuentro surgirán las siguientes
tesis liberadoras del marxismo ‘etapista estalinista’. (1ª) El marxismo
es aplicable en América Latina porque la realidad de injusticia es
universal, así como los principios marxistas que la interpretan, pero:
(2ª) El marxismo tiene que responder a la realidad histórica concreta
espacio-temporal latinoamericana; (3ª) La revolución en Latinoamérica,
contra todo determinismo histórico, no puede ni debe esperar a pasar
por la revolución burguesa.
(3º) El sujeto de la revolución es, además del obrero, el pueblo revolucionario latinoamericano (v.gr. indígenas, negros, campesinos, mujeres, etc.).
En el encuentro del marxismo con la vida de los pueblos
latinoamericanos se va gestando un ‘marxismo latinoamericano’ que
amplía el sujeto revolucionario como vanguardia. La vanguardia de la
revolución socialista en nuestra América, o está integrada por el
pueblo revolucionario de los explotados y oprimidos: campesinos,
indígenas, negros, obreros, pobres, mujeres, etc., o no hay tal
vanguardia.
El chileno Luis Emilio Recabarren (1876-1924), el peruano José
Carlos Mariátegui (1894-1930) y el venezolano Salvador de la Plaza
(1896-1970) son especialmente relevantes en este enriquecimiento. Luis
Emilio Recabarren supera el reduccionismo de clase. Aplicando el
materialismo histórico marxista a la realidad latinoamericana siguió
postulando al proletariado como el motor fundamental de la revolución.
Pero su sensibilidad humana le llevó a integrar en esa fuerza
transformadora a los campesinos pobres, a los arrendatarios, las
mujeres y los pueblos originarios mapuches. En Chile, contribuye a
organizar la Asamblea Obrera de la Alimentación y las Federaciones de Inquilinos y Obreros Agrícolas (1919), así como los Consejos Federales o Comités de trabajadores Agrícolas
(1920). En 1922 fundará el Partido Comunista de Chile, el primer
partido comunista de América Latina que surgía de una central obrera y
sindicatos de base. De su congreso fundacional formaron parte obreros,
sindicalistas, arrendatarios pobres, campesinos, indígenas mapuches,
feministas, etc. En esa dirección, el peruano J. C. Mariátegui es
pionero en reivindicar la importancia y centralidad de las comunidades
indígenas y agrarias en la construcción del socialismo peruano. El
factor clase se enriquece con el factor raza, confluyen indigenismo y
socialismo. “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América
ni calco ni copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida,
con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo
indoamericano”.3 Como señala R. Fornet-Betancourt, tal vez
sea Mariátegui, uno de los primeros marxistas latinoamericanos herejes
frente al ‘dogmatismo’ del Komintern soviético.
(4º) Existe la posibilidad de un nacionalismo socialista revolucionario.
J. C. Mariátegui postula la posibilidad para el marxismo en América
Latina de articularse como nacionalismo revolucionario socialista, que
por ser tal necesariamente será internacionalista.
“El nacionalismo de las naciones europeas, donde nacionalismo y
conservantismo se identifican y consubstancian, se propone fines
imperialistas. Pero el nacionalismo de los pueblos coloniales —sí,
coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía
política— tienen un origen y un impulso totalmente diverso. En estos
pueblos el nacionalismo es revolucionario y, por ende, concluye en el
socialismo”.4
(5º) La revolución marxista tiene que recuperar las mejores
aportaciones de las estructuras y tradiciones socialistas de los
pueblos nuestro americanos (v.gr. en el caso del Perú, la
estructura y tradición socialista indígena incaica). Debe beber en el
pozo de la propia cultura y tradiciones, y escuchar y aprender de los
trabajos, entre otros muchos, de investigadores como: José Carlos
Mariátegui (1894-1930), Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979),
Leopoldo Zea (1912-2004), Luis Villoro (1922-), etc.
(6º) La contribución del marxismo a la reapropiación de la
identidad nuestro americana ha de conducirse en el ‘reconocimiento’ de
la unidad en la diversidad de expresiones culturales. En la
pluralidad cultural, pero no en la incomunicación del relativismo
multiculturalista. En la apertura a la pluralidad intercultural (v.gr.
indígena, afroamericana, mestiza, criolla, etc.) de los modos de
expresión histórica de los pueblos, pero en la unidad de su sistema de
necesidades materiales para la producción y reproducción de la vida. En
la unidad del universo material de sus necesidades, pero en la
diversidad de los satisfactores culturales simbólicos y lingüísticos
que se expresan, además de en castellano, inglés y portugués, en aymará,
créole haitiano, guaraní, kuna, mapudungu, maya, náhuatl, quechua,
quiché, etc. A evidenciar esta necesidad de satisfacer el derecho al
reconocimiento de la diversidad en igualdad han contribuido, entre
otros, los trabajos de F. Bilbao (1823-1865), E. M. de Hostos
(1839-1903), P. J. Martí (1853-1895), Henríquez Ureña (1884-1946), A.
A. Roig (1922--), L. Villoro (1922--), C. Lenkersdorf (1926--), E.
Dussel (1934--), Bolívar Echeverría (1941-2010), R. Fornet-Betancourt
(1946--), J. Estermann (1956--), F. Ainsa (1937--), R. Salas Astrain
(1957--), D. de Vallescar (1962--), F. Tubino Arias- Schreiber (--),
etc.
(7º) No hay revolución socialista (comunista) sin la liberación
del imperialismo y dictadura mediáticos, en la apropiación popular de
los medios de información, opinión y conocimiento. La experiencia
de la realidad nuestro americana está mostrando al marxismo, por un
lado, la necesidad y urgencia de investigar el alcance en las personas y
los pueblos de la expropiación y enajenación mediática por parte del
imperialismo. Por otro lado, se le impone a la revolución marxista la
recuperación de la soberanía del espacio radioeléctrico, y la
expropiación de los medios de información, opinión y conocimiento, para
empoderar a los pueblos con ellos en las diversas modalidades de
propiedad socialista. No habrá revolución comunista sin la liberación
de la producción y apropiación imperial de la plusvalía ideológica. La
revolución mediática y del conocimiento es condición necesaria para
culminar la liberación económica y política. En este campo son pioneras
las experiencias políticas de la incipiente revolución mediática que
se alumbran en algunos de los países del ALBA (v.gr. TeleSur, etc.),
así como los trabajos del venezolano Ludovico Silva (1937-1988), el
mexicano Fernando Buen Abad (1956—), etc.
(8º) No hay revolución socialista si no es revolución eco-socialista.
Si el trabajo es el padre de la riqueza, la tierra es la madre. Frente
a la depredación del medio ambiente en el desarrollismo capitalista,
el socialismo en Latinoamérica postula que no pude haber socialismo si
se destruye la naturaleza: la fuente de la vida (v.gr. Fidel Castro,
Michel Löwy, Sirio López Velasco, etc.).
(9º) El derecho a la revolución socialista (comunista) como el único derecho realmente histórico. La praxis del marxismo con nuestra América ha evidenciado una de las afirmaciones de F. Engels en su Introducción (1895) a la Lucha de clases en Francia, de K. Marx. La Revolución es el único derecho realmente
histórico. El único derecho en que descansan todos los Estados
modernos sin excepción. Revolución comunista, entendida como la praxis
de los pueblos por la producción y reproducción de sus vidas, que se
levanta contra el estado de insatisfacción de su sistema de
necesidades/capacidades. Revolución que es la matriz de todos los demás
derechos, realmente históricos, de los pueblos. La praxis del marxismo
en Latinoamérica no sólo es la historia de una lucha mártir por la
satisfacción de los derechos económicos (a la propiedad colectiva de
los medios de producción frente a la expropiación capitalista), sino
también por la materialización de todo el sistema de derechos (v.gr.
los llamados civiles, políticos, culturales, información, opinión,
conocimiento, etc.). Sin embargo, más allá de la crítica a la ideología
burguesa de los derechos humanos y su utilización imperialista, el
marxismo necesita y está urgido de reflexiones y elaboraciones
propositivas de teorías del Derecho Socialista que puedan contribuir a
iluminar la lucha jurídica por la hegemonía político-institucional, así
como su ejercicio, una vez conseguida (v.gr. Bolivia, Cuba, Ecuador,
Venezuela, etc.). Para ello se puede inspirar y enriquecer, entre
otros, con los trabajos de O. Correas, J. E. Faria, B. de Sousa Santos,
A. de la Torre Rangel, A. Rosillo, A. C. Wolkmer, etc., sobre
pluralismo jurídico; de J. Fernández Bulté, sobre marxismo en Cuba,
etc.
(10º) El método marxista, el materialismo histórico, por tener
pretensión de ser científico no es un dogma sino que está sometido a
verificación; y en consecuencia, a corrección y perfeccionamiento.
Aunque el marxismo es mucho más que su método, el análisis dialéctico
de la materialidad de la realidad histórica latinoamericana y su
transformación socialista es el ‘evangelio’ de la praxis comprometida
con la revolución de los pueblos. El encuentro del marxismo con la
experiencia de la vida de ellos ha sido especialmente fecundo para la
epistemología marxista. Particularmente liberador y enriquecedor para
la vocación científica del método marxista es la experiencia histórica
de la revolución cubana. Mucho antes, algunos autores como C. O. Bunge
(1875-1918), Juan Bautista Justo (1865-1928) y José Ingenieros
(1877-1925) habían iniciado trabajos de investigación en este campo, a
los que siguieron los estudios de J. C. Mariátegui (1894-1930),
Alejandro Korn (1860-1936) y Aníbal Ponce (1898-1938), en su
interpretación más ortodoxa y menos nacionalista y anti-Mariátegui.
También pensadores no marxistas y críticos del dogmatismo estalinista
dejaron sus aportaciones a la liberación metodológica del marxismo
latinoamericano, entre ellos mencionamos a los mexicanos Samuel Ramos y
Antonio Caso. En esa misma línea crítica se inscriben algunos antiguos
militantes del partido comunista como el argentino Ernesto Sábato.
Carlos Astrada, por ejemplo, criticará el ‘dogmatismo estalinista’
desde un humanismo activista o dialéctico de la libertad’, en cercanía a
los planteamientos del ‘marxismo positivo’ de J. Ingenieros y A.
Ponce.
Indicamos algunas de las aportaciones metodológicas centrales que se
han evidenciado en la experiencia de encuentros y desencuentros entre
el marxismo y la vida de los pueblos de nuestra América:
(1ª) La vida de los pueblos es la última instancia
de aprehensión, interpretación y verificación de la historia y la
sociedad. La vida es el dinamismo de satisfacción del sistema de
necesidades y capacidades materiales de los pueblos en orden a la
producción y reproducción de la vida de ellos. Las relaciones
económicas de producción forman parte de la común estructura del
dinamismo de ese sistema en el mismo nivel de interdependencia que el
resto de relaciones. Con ello no quedan idealizadas las relaciones
económicas sino que se materializan ellas y todas las demás en la
codeterminación (v.gr. E. Dussel, etc.).
(2ª) La praxis histórica concreta es la mediación de la
vida, ineludible para el comienzo de toda teoría y práctica marxista si
quiere evitar tanto el idealismo como el dogmatismo. La praxis, y no
el dogma, es una categoría central del materialismo histórico. Es el
ámbito de la interpretación y verificación de los conceptos, categorías
y postulados marxistas con pretensión científica. El método marxista,
el materialismo histórico, no puede convertirse en un sistema cerrado
de leyes abstractas que eludan la prueba de la verificación. Ya desde
1959, en los partidos marxistas latinoamericanos había crecido la lucha
interna por liberarse del ‘dogmatismo estalinista’. A esta tarea
contribuyó la praxis teórica y política de revolucionarios como Fidel
Castro, Ernesto Che Guevara, la traducción española de los Manuscritos económicos y filosóficos de
1844, la recepción en Latinoamérica del pensamiento de Gramsci, Sartre
y Fromm, entre otros. Se había entrado en un contexto liberador para
el marxismo en nuestra América que iba a despojarlo del dogmatismo y
permitirle recuperar la senda de la praxis liberadora. Autores
como Juan David García Bacca (1901-1992), Adolfo Sánchez Vázquez
(1915-), Enrique Dussel (1934--), hicieron y siguen haciendo su
contribución.
(3ª) La verdad en el marxismo no son dogmas sino brújulas para la vida de los pueblos. Esto
es, postulados sometidos a verificación histórica. El marxismo, por
tener pretensión científica, ha de articular la permanencia de los
postulados verificados, con sus limitaciones y la progresividad
histórica en el descubrimiento de la realidad de su contenido. De este
modo evita convertirse en una metafísica dogmática de leyes y verdades
pétreas e inmutables. Debe estar abierto (Frugoni) a ser enriquecido y
completado teóricamente con las múltiples dimensiones de la realidad y
los nuevos descubrimientos (v.gr. importancia que Mariátegui da a la metafísica, la filosofía, los mitos, la religión, la mística, etc.).
(4ª) La persona, como sujeto individual de la praxis comunista
revolucionaria, es tan importante como los pueblos, en cuanto sujeto
colectivo. La realidad nuestro americana ha mostrado al método
marxista que debe investigar más, articular mejor, y valorar con mayor
justeza el peso y la fuerza que tiene la persona, como sujeto
individual, con todas sus dimensiones (v.gr. consciente, inconsciente,
estética, erótica, afectiva, etc.) en la revolución comunista. En
particular, el papel que juega el factor de la voluntad personal (la
libertad) del sujeto revolucionario frente a todo determinismo
mecanicista (v.gr. E. Che Guevara, F. Castro, E. Fromm, A. Sánchez Vázquez, E. Dussel, etc.).
(5ª) La praxis marxista es la praxis de una ética comunista para la vida.
La experiencia histórica del marxismo en nuestra América ha
evidenciado que éste es, al tiempo de una revolución político-económica
y una filosofía de la praxis, una ética de la vida de los pueblos,
puesto que es un sistema político y económico que procura materializar
la justicia en la Tierra. La importancia que tiene la ética (la moral
material), como filosofía primera, no sólo para la metodología
marxista, sino para legitimar toda su praxis política, requiere su mejor
articulación y desarrollo en el proyecto político de un socialismo
(comunismo) ético (v.gr. E. Che Guevara, E. Fromm, A. Sánchez Vázquez, E. Dussel, S. López Velasco (1951--), Justo Soto Castellanos (1962--), etc.).
(6ª) El diálogo del marxismo con la Filosofía y la Teología de la Liberación es fecundo.
Éste se inició en la década de los años setenta y continúa dando sus
frutos. Para el marxismo latinoamericano han sido particularmente
enriquecedoras muchas de las aportaciones críticas provenientes desde
los diversos planteamientos de la Filosofía de la liberación (tomada
ésta en sentido amplio). Aportaciones: ontológicas (v.gr.
Casalla, Kusch, Cullen), anadialécticas (Scannone, Dussel),
historicistas (Roig, Zea), problematizadoras (Cerutti), marxistas-
teológicas (Dussel, Hinkelammert), de la realidad histórica
(Ellacuría), interculturales (Fornet-Betancourt).
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- Artículo que será publicado en: Salamanca Serrano, A., Marxismo en América Latina: Enciclopedia Latinoamericana de Derechos Humanos (São Leopoldo: Editora Nova Harmonia, 2011).
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(México: Coordinación de Extensión Universitaria, Departamento de
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FUENTE